Llevaba ya tiempo queriendo comenzar una nueva sección en el blog sobre el juego. Hoy no me voy a poner muy técnica, sólo contaré cómo comencé a jugar en el trabajo. En todos los años que llevo trabajando, cada vez he ido dando más importancia al juego.
Los comienzos
Al principio comencé introduciéndolo en el tratamiento tal y como nos habían explicado en todos los cursos que iba haciendo: al terminar las sesiones, los últimos 10 o 15 minutos de la terapia, para que el niño o la niña se fueran con buen sabor de boca a casa, con la sensación de que se lo pasaban bien en la terapia.
Sobra decir qué era lo primero que decían en la siguiente sesión: «¿cuándo jugamos?».
Además también era un comodín para el chantaje, bueno un «incentivo», una motivación para trabajar, «venga, que si lo haces bien al final de la sesión jugamos un poquito».
Los juegos no los elegía al azar lógicamente, aprovechaba ese momento para seguir trabajando funciones que quería afianzar en cada paciente en concreto, por ejemplo, la atención, la memoria, el vocabulario, la impulsividad, la planificación… Pronto me di cuenta de que esos últimos minutos de sesión eran, en algunos casos, los más valiosos. Por lo que comencé a pensar cómo podría ir adaptando el juego a mis objetivos de intervención.
Niños que eran incapaces de escribir inventándose una historia a partir de imágenes, eran capaces de montarse unas películas increíbles jugando al Story Cubes o niños que puntuaban bajo en test de inteligencia en el área de velocidad de procesamiento, eran cada vez más rápidos jugando al Fantasma Blitz o al Dobble, no hacía falta darles ventaja, sino que cada vez me tenía que esforzar más para que no me ganaran.
¿Había una justificación teórica?
Todo esto que era una percepción mía, de mi experiencia en el día a día, cobró un significado diferente cuando comencé a oír hablar sobre la neurodidáctica.
Una vez que iba avanzando en el Máster de Neurodidáctica en el que me matriculé, entendí realmente la importancia del juego en el proceso de aprendizaje, conceptos como la gamificación o el ABJ (Aprendizaje Basado en Juegos) iban descubriéndome un nuevo mundo de posibilidades para poder realizar mejor mi trabajo.
Empecé a acudir a jornadas de juegos de mesa y a formaciones y me dí cuenta de la importancia que tenían si quería cambiar mi metodología de trabajo.
Comencé a adaptar materiales y a investigar en diferentes blogs para buscar material que me sirviera para trabajar. Ya estaba cansada de realizar fichas de lectoescritura o atención. Tenía que pensar de qué manera podía trabajar los objetivos que tenía con cada uno de mis pacientes a través del juego.
Esta manera de trabajar es más costosa, sin libros de fichas de editoriales, puesto que tengo que dedicar tiempo a preparar materiales o tratar de inventar variantes de un juego para trabajar algún aspecto en concreto, pero ver lo bien que se lo pasan mis niños en la mayoría de las sesiones lo supera con creces. Además de la motivación con la que acuden a las sesiones.
También es cierto que no todo se puede hacer sin fichas, en ocasiones alguna es necesaria y si les pongo una, no protestan tanto cómo hacían al principio de empezar a trabajar.
Mi propia experiencia con el juego
La verdad es que a lo largo de toda mi vida recuerdo haber estado jugando a juegos de mesa con mi familia y amigos, horas interminables de Risk, Catán, Monopoly, a las cartas… por lo que podríamos decir que me siento muy afortunada de poder jugar en el trabajo, ya que siempre ha sido uno de mis centros de interés, supongo que por eso me ha llamado tanto la atención el poder incorporarlo a mi práctica diaria.
He puesto una foto de mi estantería de juegos, de la que me siento muy orgullosa y que va creciendo poco a poco. Estos son sólo los juegos comerciales, por el resto del despacho tengo más juegos hechos a mano o sacados de internet, que son igual de válidos.
Pronto iré enseñando uno a uno mis juegos, cómo se juega y qué funciones cognitivas trabajan.
¡Saludos!